Hoy día proliferan comentarios favorables a creencias orientales fraudulentas que relacionan la fortuna de los hombres con la posición o movimiento de los astros. En el siglo IV, el patriarca de Jerusalén, Cirilo, condenó tales engaños como contrarios a la razón y a la revelación divina.
Cirilo de Jerusalén (c. 313 – 386) fue obispo de Jerusalén y una de las grandes figuras de la Iglesia del siglo IV. Nació probablemente en Jerusalén o sus cercanías y fue ordenado sacerdote hacia el año 345 por Máximo, obispo de la ciudad. En el 348 fue consagrado obispo de Jerusalén, aunque su ministerio se vio interrumpido varias veces debido a controversias teológicas y conflictos con obispos vecinos, especialmente por cuestiones relacionadas con el arrianismo y la autoridad de la sede de Cesarea.
Cirilo participó en el Concilio de Constantinopla (381), donde se reafirmó la fe nicena, y fue reconocido como un defensor de la ortodoxia frente al arrianismo.
Su obra más destacada es el Catecismo donde explica dogmas, doctrinas e instituciones de la Iglesia de su tiempo.
En su sección dedicada al dogma 8 sobre el alma, afirma:
Tras el conocimiento de esta fe venerable, gloriosa y enteramente santa, procura ahora conocerte a ti mismo, sabiendo quién eres: constituido por dos elementos, eres un hombre compuesto de alma y cuerpo; y como se ha dicho hace poco, un mismo Dios es el autor del alma y del cuerpo.
Debes saber también que tienes un alma libre, obra nobilísima de Dios, hecha a imagen de quien la creó; inmortal, porque Dios la ha hecho inmortal. Eres un ser racional e incorruptible, gracias a quien te concedió estas prerrogativas, con capacidad de obrar lo que quieras.
No pecas por depender del día de tu nacimiento, ni cometes fornicación empujado por el azar. Tampoco te obligan a la impureza las combinaciones de los astros, como dicen algunos que deliran.
¿Por qué, evitando confesar tu propia malicia, echas la culpa a los astros, que nada tienen que ver? En adelante, no prestes atención a los astrólogos.